jueves, noviembre 22, 2007

Modus Vivendi

Casi un mes pasó para poder volver a tener algo de concentración física y mental.
Borracheras tras borracheras más trabajo de fin de año me han mantenido fuera de forma para intentar siquiera escribir un renglon coherente.
El presente (texto) no fue fácil, busque dentro de mi memoria algún momento interesante de mi infancia, intente escribir respecto a ejercicio, analice la ídea de algo relativo a mi experiencia con el amor y/o los ligues, visite los blogs que leo buscando algo de inspiración ... nada, nada, NADA!.

Así que recurri a lo que al mismo tiempo me ha secado el cerebro; me sirvo un trago de whisky y no porque piense reflexionar (ver El Whisky y Yo) si no porque es lo único que se encuentra a la mano. No importa si hubiera sido cerveza, vodka, sidra, brandy, no importa, solo busco un impulso, un estímulo.
Casi al unísono cambia el track del CD; Bottle Living de Dave Gahan ... tiene una de esas armónicas de Blues y al mismo tiempo un repetitivo beat obscuro.
Mientras sonrió por un instante comienzo a recordar el martes de esta casi extinta semana.

Desperté más crudo que de costumbre; me dolían las muñecas, una pierna y la cabeza. El martillante golpeteo de la perdición retumbaba en mi cerebro, solo necesito la primera cerveza del día para poder salir a flote. Un baño largo y con agua helada para combatir el fuego que incesante juguetea dentro de mis entrañas.

Reuniones de trabajo y más trabajo, el calor se intensifica tanto dentro de mí como en la calle. La gente sonríe mientras yo, cual vampiro busco la frescura de la obscuridad; más bien como un roedor, camino ágilmente entre sombras e intento olfatear el aroma rancio de los cacahuates de la botana de mediodía. Mojo mis labios mientras percibo el sabor a centavos viejos masticados, ese sabor que solamente es conocido por aquellos que se han dejado llevar por el fulgor de las luces y de la rumba.

Por fin llego a El Portalito (ver Le Gourmand visite La Cantina); malditos clientes, ni me pagaron ni me pidieron más trabajo, al menos se que entre las paredes frías y derruidas de aquel bar podre recuperarme. Me siento como ese Dracula de Bram Stoker, que lánguidamente huye hacía la obscuridad y se oculta en su tierra de los Carpatos para recuperar fuerza y vitalidad.

Heme aquí recargado al final de la barra de madera apolillada que toca hasta el otro extremo del lugar, mientras el bar comienza a llenarse de gente de todas las edades mi vista recorre el frente de la barra mientras pienso que a pesar del tiempo que ha pasado el Barman se permite mantener todo perfectamente ordenado en su sitio. Soy el cliente más joven en ese momento; cabezas con cabello, sin cabello, canosas, medio pelonas. Todas ellas llenas de vivencias buscan refrescarse, poder darse fuerza para seguir el día, para llegar a sus casas a hacerles el amor a sus nauseabundas esposas, para poder confrontar a sus hijos o simplemente para mitigar el dolor de sus almas.

La gente que visita una cantina al medio día es muy distinta a la que lo hace por las tardes/noches, el dolor es distinto, el cansancio es distinto, la motivación es abismalmente distinta.

Una extraña camaradería nubla el lugar. Todos nos saludamos de mano, algunos llegan efusivamente y lanzan un par de chistes al aire, otros con más sed se dirigen directamente a la barra y beben presurosos; después sonríen y saludan. Comienzan las charlas referentes al fin de semana principalmente, nadie habla de familia o de trabajo. Futbol, películas, comida y/o política. La testosterona inunda el ambiente.

Llegan los de las cervezas, los de los refrescos, los proveedores de alcohol. Todos descargan sus pedidos y efusivamente saludan a los clientes, piden cervezas, rones o vodkas y se dan la oportunidad de ser parte de toda esa congregación.

Mientras tanto la luz brilla fuerte por entre las ventanas y un rayo se filtra iluminando parte del salón. El aroma al Mole de Panza inunda el pequeño lugar y nos da esperanza a los desvelados ... todavía queda mucha luz del día y mucho trabajo por hacer.

A lo lejos se escucha una canción familiar, es “Copa Rota” y así, mientras las bocinas vociferan la estrofa:

Mozo, sírveme la copa Rota
Sírveme que me destroza
Esta fiebre de obsesión
Mozo, sírveme una copa rota
Quiero sangrar gota a gota




a mí me traen otra cerveza helada,
helada, helada.
Y así, mientras recuerdo aquel martes, me sirvo un segundo whisky, así, solo para encarrilarme.